Patatas fritas
CONOCÍ en un viaje de avión a un ciudadano belga que tenía un restaurante en la Isla Negra del lago Titicaca. Me contó que el plato estrella del local eran las patatas fritas que importaba de un proveedor de Bruselas.
Ahora que mi querido Javier Blázquez, el médico de la empresa, me ha puesto a régimen y me ha advertido que mi salud es un desastre, sueño casi todos los días con comer patatas fritas. Me vienen a la memoria los olores de Gante, de Brujas y de otras ciudades belgas que huelen a ese manjar.
Bélgica es la Meca de las patatas fritas e incluso tiene un museo en el que se pueden ver los variados utensilios para prepararlas. Pero las mejores las he comido en una freiduría junto al metro Parmentier de París.
Las patatas fritas tienen su punto. No son nada fáciles de hacer, aunque sus ingredientes son elementales: aceite, sal y patatas, que tienen que ser cortadas finas y a la manera tradicional.
Un amigo flamenco me informó de que ya había puestos donde se vendían a principios del siglo XIX en todas las ciudades belgas y que la tradición de freírlas viene desde tiempos remotos cuando los que faenaban en el río Mosa las hacían como si fueran pescado.
Cada país tiene su forma de elaborar las patatas fritas. Los italianos las hacen blancas y finas y los franceses las echan demasiada sal, como nos sucede a nosotros, que nunca hemos dominado las sutilezas de este arte salvo en Andalucía, tierra de meltingpot culinario.
Dicen que los belgas no han aportado nada a la civilización europea, pero no es cierto. Nos han legado Tintín y las patatas fritas, dos de los placeres con los que yo he disfrutado más en la vida.
Aunque Salvador Sostres se burla de mí por mis gustos simples, yo prefiero las cosas naturales y sencillas como un trozo de pan y un buen queso a la gastronomía a la que tanto se rinde culto. Estoy muy escaldado de esos platos que valen 30 euros con un nombre de dos líneas en la carta y que luego son un timo.
Las patatas fritas son un valor seguro y barato, como las sopas de ajo. Ahora que estamos en tiempos de crisis, hay que volver a lo sencillo y lo tradicional y siempre será mejor un bocadillo de chorizo que un plato de sashimi con wasabi.